EL BANQUETE Y LA FUNCION DEL PSICOANALISTA


 

El amante y el amado

Por María de la Esperanza Alvarado Rueda

“.. Sobre la reflexión que aquí les he aportado

respecto a la relación del amor con algo

que siempre se ha llamado el amor eterno.

Que no les pese demasiado pensar en él

al recordar que este término, el amor eterno,

lo pone Dante expresamente en las puertas del Infierno.”

J. Lacan,(2008) El seminario 8 .

 

Hablaré del Amor ¿pero acaso el amor puede hablarse? ¿Es objeto o se es sujeto de? El amor del amo y del esclavo, posiciones que entran en un juego alternante, convirtiéndose en la danza de Eros, el dios insoslayable.

En la elaboración del presente ensayo, vienen a mi mente preguntas esenciales: Si el amor se contempla como objeto ¿cómo podría abordarse? Porque para abordarse habría que implicarse y hablar de él estando dentro; porque argumentar en torno al amor, es estar fuera de éste y no conocerlo. Así pues el amor ¿puede hablarse? Puede decirse, decir- sé? ¿ Como saber , como mandato de ser o como experiencia? Tres tiempos del amor, tres formas de resonar, siempre en juego.

El amor, sustancia cuyas múltiples coloraciones se argumentan en el célebre Banquete, amor de mortales que conmueve a los dioses, escalas de amor descrito por Diótima, aspiración a lo Bello absoluto e intangible hasta el amor Divino, ser amado por Dios y convertirse en inmortal.

 

Este es el discurso en el que Sócrates rehúsa contestar por sí mismo y hace de Diótima su intérprete. ¿Qué tiene que decir una mujer en una celebración del Eros entre homosexuales, que juzgan éste como un amor superior al amor heterosexual? Pero Diótima además de ser una mujer, es una “muy entendida en punto a amor, y lo mismo en muchas otras cosas” (Platón. (1998) Diálogos :370) quien además libró por sus prescripciones a los atenienses de la peste, y es una pitonisa, lo que me invita a formularla como una mujer arcaica y primigenia, se puede decir, fálica. Como dice O. Paz “Pienso que se trata de una reminiscencia, precisamente en el sentido que dá Platón a esta palabra: un descenso a los orígenes, al reino de las madres, lugar de las verdades primordiales, nada más natural que una anciana profetisa sea la encargada de revelar los misterios del amor” (O. Paz. (1992) La llama doble :42) Sócrates dice que antes no sabía, pero que ahora, por intermedio de ella, sabe. Y sabe desde la voz de una pitonisa que tiene poderes que rebasan lo mundano. Sócrates invoca este poder de Diótima para darle otro valor a sus palabras, para asegurar que sabe de quien sabe y esto le permite seguir sabiendo que nada sabe [i] es decir, permaneciendo en su posición de vacío.   Diótima explica el amor en términos de falta, añade que lo bello no tiene relación sino con el ser, el ser mortal. Lo bello funciona entonces como el tránsito de lo mortal a lo inmortal. El amor, para Diótima es un daimon, como tal intermediario entre la mortalidad humana y la inmortalidad divina. Nacido de la Necesidad y la Abundancia, fluctuando entre el Pedir y el Dar. Es pues, a mi entender un medio de accesar a lo divino. El Amor que pide ser amado, el amor que dá a cambio, aquel dispuesto a satisfacer en toda medida los deseos de su amado. Mediante este discurso Sócrates habla del amor divino, aludiendo a un tipo de saber que se origina desde un punto que se antoja semejante al amor religioso de Kierkegaard, contrastando con el espacio transitorio del amor que experimenta Alcibíades, en el que el amor tiene nombre y rostro, carne, deseo y desesperación. El amor que aspira a poseer el objeto.

La entrada de Alcibíades al Banquete, no puede ser más representativa del deseo de ser el deseo del otro, irrumpiendo en la realidad, trastocando el orden conveniente de los discursos de lo racional, lo sublime, lo religioso. Transgresión al status-quo y a las buenas maneras. Está esclavizado y sujeto por su propio deseo, poseído, por el daimón, por el Eros oscuro. Sin embargo Alcíbiades al tener la capacidad de vislumbrar el ágalma, tiene un vislumbre de lo divino del amor, ese amor como intermediario entre la carne y el espíritu. Esta concepción, este descubrimiento de eso, constituye, desde mi punto de vista, a la trascendencia del amor que es eminentemente estético, no es ya el amor a lo bello corporizado, sino que alude a una belleza que no puede decirse y que sin embargo se sabe. No es el burdo amor al cuerpo, sino un amor que contempla algo superior e insustancial, sin embargo, personalizado, encarnado en el otro.   El otro encarnando por un instante la completitud del amor.  El amor de Alcibíades se encuentra en un intersticio entre el amor ético y el amor estético. Está doblemente “entre” recordando que al ser el nexo entre los dioses y los hombres, también participa de lo mortal, de lo carnalmente humano y también de lo inefable, de lo que no puede tocarse, porque está situado en lo divino. Está también entre el cielo y el infierno en el “goce de la falta” . Sitúa a Alcibíades en la zona de muerte del ego, pues lo obliga a exhibirse vulnerable y despreciado, derrotado ante la figura de Sócrates.  Aún cuando es el amor masculino aspira únicamente a poseer, el objeto que Alcibíades ubica es el ágalma, y ante éste objeto sucumbe. 

 

El discurso de Alcibíades alude a otro tipo de saber, un saber que tiene su asiento en la experiencia, en la realidad del cuerpo. Es entonces el discurso del amante que se encuentra poseído por el Eros, es la posición del amor que puede decir- sé, porque se conoce con todas las dimensiones del cuerpo, porque es el amor en su dimensión más real, la que confronta con la falta y usa a otro como un pretexto para evidenciarla. El otro, siempre ajeno a los efectos de nuestra necesidad, de nuestro control. Como una reminiscencia del desafuero existencial, como el eco del objeto a musitando nuestros nombres.     Excluídos del discurso, del ejercicio mental que puede contemplarse y hablarse desde fuera, sino estando inmerso en él, tomado por Eros o por la falta. Habiendo encontrado en el otro el brillo de lo divino: el ágalma y, en virtud de ello, deviene el esclavo del che voi? del amado. Encontrándose en la posición de aquel que sabe sin saber aquello que es el amor.  En algún sentido el amante es quien sabe que el otro tiene lo que a él le hace falta, mientras que el amado está en la inconsciencia de la suficiencia, es decir, no es consciente de lo que tiene y tampoco de aquello que le hace falta, pues ese saber implicaría conocer lo que se tiene para saber lo que se carece. Conocer el deseo implica conocer lo que se carece. El amante se asume pues, castrado. Es quizás por ello que el amante apunta con su deseo hacia aquello que cree que el otro tiene ¿No sería este pues el núcleo básico del amor? Pero el amante demanda también la confesión del amado, la formulación de su propio deseo, del que se espera ser la causa. Sócrates no responde a esta demanda. Responderla implicaría renunciar a su atopía, a su lugar en el sitio del Vacío, solucionando momentáneamente la falta, tapando el agujero que se ha abierto, de súbito en Alcibíades. Responder no aliviará su falta. Su amor por Sócrates funciona como el pretexto que lo confronta a lo imposible de su deseo, pues no existe un ser que tenga la forma de su vacío, un ser que no sea fantasma. La falta del signo del amor, la herida abierta, que irrumpe y desordena. Eros y Baco, convidados al Banquete, haciendo de Alcibíades su vehículo,   exhibiendo en su carne el discurso público del deseo y de la falta, como un escalofrío que presagia lo ominoso y genera nerviosas risas en el público: El escándalo del amor y del deseo, viviéndose en el cuerpo, tan lejano al Eros de Agatón, del que dice “Eros es el que dá paz a los hombres, calma a los mares, silencio a los vientos, lecho y sueño a la inquietud”, Platón (1998) Diálogos. Para hacer patente que Agatón no sabe de lo que habla. No posee la experiencia de haber sido tomado por Eros y el deseo. Por ello Sócrates se muestra benévolo cuando le inquiere sobre su discurso.

Porque la paz se desconoce cuando el deseo irrumpe en el cuerpo y lo convoca al desasosiego más absoluto, el amor ambivalente, el amor de penumbra, el Eros recuerdo de ese deseo imposible, el deseo de ser deseado por el otro. Ese Eros que exige el cambio de posición del amado al amante.  Este ruego de un amor a Otro que se yergue inalcanzable, imposible, porque se le supone con la mirada fija en un punto más alto, deseante de otro deseo que no es el nuestro, porque Sócrates aspira a ser amado por Dios y ha renunciado al deseo de los mortales y en ello consiste su atopía: “Ahora bien, sólo al que produce y alimenta la verdadera virtud, corresponde el ser amado por Dios y si algún hombre debe ser inmortal, es seguramente éste”. (Op.cit :378) Inmortal en las alas de un deseo que es incolmable ¿para amar a aquel que no necesita?¿ que dios?¿un dios en falta e incompleto? ¿No necesitar la necesidad del otro para amarlo? Quizás en ello radica la resolución de la ecuación del amor. El amado por excelencia es aquel que resulta inaccesible para el amante, así se encuentra entonces con el hecho que convierte todo su ser en ese sujeto que es puro deseo, pura falta.

Mientras, en el otro lado está el amado, inaccesible por su ciencia o su ignorancia.

Al final del apasionado discurso de Alcibíades, Sócrates dice “Imagino que has estado hoy poco expansivo, Alcibíades: de otra manera no hubieras artificiosamente y con un largo rodeo de palabras ocultado el verdadero motivo de tu discurso, motivo de que sólo has hablado incidentalmente a lo último; como si fuera tu único objeto malquistarnos a Agatón y a mí, porque tienes la pretensión de que yo debo amarte y no amar a ningún otro, y que Agatón sólo deber ser amado por ti solo. “ (Op.Cit:385)

Aquí su nexo con el psicoanálisis. La función del analista intercambiando lugares, puesto por el otro en el lugar del amado por medio de la transferencia que se establece. El psicoanalista no sabe de antemano. Si acaso sabe que el analizante sabe lo que dice que no sabe,   se presta desde ese lugar vacío, como Sócrates, a la escucha, para que el analizante formule su saber, para que pueda escucharse a sí mismo en voz del otro. Sabe y no sabe, se encuentra en la posición del filósofo, que según Diótima, se encuentra en el término medio de entre el sabio y el ignorante.    La transferencia, el ágalma, es el vehículo que genera la idealización del otro. Sócrates sabe que no es de él de quien Alcibíades habla. Sócrates no responde a la demanda amorosa de Alcibíades, se niega a convertirse en su objeto. Por ello no dá el signo del deseo que Alcibíades le exige. Esta posición obliga a Alcibíades a revelar su verdadero deseo. Como Lacan apunta: “A decir verdad la intervención de Sócrates, en la medida en que la he llamado interpretación, no tendría sentido si no se apoyara en este de manera accesoria. De manera accesoria, dice, es como le has dado un lugar al final de todo tu discurso. Lo que nos dice Sócrates es que Agatón estaba presente como objetivo en todas las circunlocuciones de Alcibíades, y que todo su discurso se iba enroscando alrededor de él” J. Lacan (2008) Seminario 8. Finalmente la escucha de Sócrates es capaz de traducir los verdaderos motivos del mismo: enunciar que Sócrates estaba obligado a amarlo a él y a ningún otro y que Agatón, por su parte, lo está en dejarse amar por él y por nadie más.

 

Porque como Sócrates delibera al final del Banquete - cuando Agatón, Aristófanes y él permanecen despiertos apurando a la vez una gran copa-   que era necesario reconocer que el mismo hombre debe ser poeta trágico y poeta cómico”, como si con ello quisiera decir que al final del amor, es necesario tener la capacidad de vivir la tragedia y la comicidad del Eros, pero para ello, hace falta ser primero un ser humano y luego un poeta,[ii] es decir que para amar verdaderamente es necesario primero ser, pasar de una existencia imaginaria a una más real, alejarse del fantasma, de la fantasía que se supone ser.

Al final del texto, Sócrates se retira, dejando a los otros dos dormidos,(¿sumidos en su fantasía?) lo que corrobora una vez más, la atopía de Sócrates.

 

 



[i] Recordando el celebérrimo “Yo solo sé que no se nada”

[ii] Diótima alecciona a Sócrates diciendo “ Ya sabes que la palabra poesía, tiene numerosas acepciones, y expresa en general la causa que hace que una cosa, sea la que quiera, pase del no ser al ser”.

 

 

BIBLIOGRAFIA

 

   Paz, O. (1993). La llama doble. Amor y erotismo. Barcelona: Seix Barral.  

 

     Platón (1998). Diálogos. México: Editorial Porrúa, S.A. de C.V.

 

     Lacan, J. (2008) La transferencia. Seminario 8. Buenos Aires: Paidós.

 

    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Comentarios: 1
  • #1

    juan sarauz (sábado, 07 diciembre 2013 02:25)

    lei tus articulos y sin dudas estaban faltando en la plataforma de analisis y vinculacion de filosofia, antropologia y psiconalisis. felixitaciones y mis respetos, espero leer mas de tus textos. Juan de venezuela